domingo, 28 de noviembre de 2010

Sencillas y elegantes

Las lecciones aprendidas y escritas en piedra pesan tanto que nos impiden avanzar. Tal vez por eso recuerdo muy pocas de la universidad, dos particularmente.

Recibí la primera en una clase del primer semestre que se impartía en el auditorio de la facultad de ciencias. Ese día el maestro de algebra ocupaba el podio al centro y a sus espaldas, en una gran pantalla, se proyectaba a manera de pizarrón de última tecnología lo que él escribía en filminas transparentes. Impresionante pensé la primera vez que vi el artilugio acostumbrado como estaba al pizarrón, al gis y al imprescindible borrador de los salones de mi provinciana escuela preparatoria.

Su objetivo era demostrar un teorema en lo que ya había empleado buena parte de las dos horas que duraba su clase, más un titipuchal de filminas donde anotaba minuciosamente los pasos de su desarrollo. Al principio intenté seguir el procedimiento pero no me duró mucho el gusto, al cabo de un rato simplemente me perdí, no entendía “ni papa” de lo que estaba escribiendo el susodicho.

Entonces regresé al principio, a la lectura del teorema, después al desarrollo de una demostración que concluí a los pocos minutos en la forma acostumbrada entonces -para indicar ¡Ya acabé!- anotando los clásicos tres puntos que ilustran un triángulo equilátero seguido de las siglas L.Q.Q.D (“Lo Que Queda Demostrado”) Mientras tanto el profesor continuaba consumiendo filminas y el resto de la audiencia guardaba respetuoso silencio pero con cara de aburrimiento y de no entender, como yo al principio, ¡nada!

De súbito me entró la duda… ¿Mi demostración será correcta? Hum… me llevó escasos minutos y media cuartilla, soy alumno del primer semestre… ¡no puede ser que esté bien! Y la revisé una y otra vez, sin encontrar error, hasta que al cabo de un rato el profesor concluyó la suya en la forma acostumbrada, los tres puntitos y las siglas L.Q.Q.D. Poco duró el auditorio en quedar con solo con dos almas en su interior…

Entonces con más miedo que timidez una de las almas (yo) se acercó al podio, donde la otra alma (el maestro) aún permanecía en lo alto acomodando sus cosas en el portafolio. Sin decir nada extendí tembloroso el desarrollo de mi demostración al maestro quien, con cara de curiosidad, la tomó, dejó el portafolio a un lado, la estudió cuidadosamente por minutos que se me parecieron una eternidad y me la entregó de vuelta diciendo: Es sencilla, es elegante, es correcta… y se retiró.

En ese momento mi ego diecisiete añero llegó al techo del recinto y si bien me asombró la respuesta del maestro solo años después comprendí que la suya fue una respuesta de humildad cuando reconoció el trabajo ajeno sin considerar jerarquías, y también, que las soluciones complejas generalmente no son las mejores. Las mejores son sencillas y elegantes.

Tres años más tarde recibí la segunda lección de mí entonces jefe en el Instituto Mexicano del Petróleo, el Ing. Daniel Gutiérrez Gutiérrez (QEPD), a quien acudí en busca de asesoría cuando intentaba infructuosamente resolver un complejo –así lo pensaba- problema para mi trabajo de tesis profesional.

El Ing. Gutiérrez escuchó atentamente mis cuitas y al término me pidió un viejo libro con páginas amarillentas de su biblioteca. Se lo entregué, me lo devolvió abierto en una página que mostraba un diagrama muy sencillo y me despidió diciendo: La solución está ahí, cuando entiendas el diagrama resolverás el problema.

Fue así como comprendí que las soluciones correctas, sencillas y elegantes, dependen de la comprensión real de los problemas. También comprendí que las puedes recibir de quien menos lo esperas, pero requieres humildad para reconocerlas.

A partir de entonces al mirar a mi alrededor, en mi trabajo, en mi ciudad, en mi México pienso en la escasa comprensión de los problemas pues la sencillez y la elegancia en las soluciones…

¡Bien gracias! - brillan por su ausencia.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm

domingo, 21 de noviembre de 2010

Siento y por lo tanto... ¡Vivo!

Recuerdo muy bien cuando Juanito presentó su primer examen. No, no fue en el jardín de niños, se equivoca usted. Fue en la salita anexa a la sala de parto donde presentó la prueba de Apgar que aplican a los recién nacidos. Pobrecillo, ¿Qué pensaría él, primero al ser expulsado sin previo aviso de su cómodo refugio para inmediatamente después enfrentarse a su sinodal pediatra?

¿Pensaría? Más bien debo preguntar ¿Qué sentiría Juanito en ese momento? Porque como todo recién nacido que se respete no sabía hablar, ni “pensar” en nuestros términos. No conocía entonces si lo que sentía era “frío” o “calor”, no conocía si lo que sentía era “brillantez” u “oscuridad.” Era la inocencia pura alejada de verbos y sustantivos que expresaba sus sentimientos con toda la fuerza de su Ser.

Ante su examinador, lloró y eso le valió dos puntos, pataleó fuerte y sumó otros dos, aspiró hondo, el color de su piel se tornó rojizo y llegó a seis; caminó unos pasitos colgado de los dedos del pediatra para totalizar ocho, y el “tun qun taca” de su corazoncito latiendo aceleradamente -supongo que del susto- finalmente le valió, sin estudiar, ¡Un perfecto 10 de calificación!

Momentos más tarde, ya en los amorosos brazos de su madre, se sumió en un sueño placentero con la discreta y pícara sonrisa que –ya todo un adulto- aun pinta su rostro cuando duerme. Y sintió hambre –sin saber que era hambre- y lloró fuerte; y sintió sueño –sin saber que era sueño- y durmió como lirón – sin saber que era un lirón…

Así hasta que un buen día pronunció su primera palabra: Mamá. A la que siguieron muchas otras, después su primera frase, hasta el día en que aprendió a preguntar y preguntó ¿Qué es eso? apuntando con su dedito… Un árbol… ¿De qué color es? Verde… ¿Por qué? Día tras día, una y otra vez como una pequeña pero potente aspiradora de conocimientos…

Y no faltó quien le enseñara a Juanito que eso era “bueno” y aquello “malo”, que había ricos y pobres, bonitos y feos, inteligentes e ignorantes, víctimas y victimarios, fuertes y débiles, fieles e infieles, de izquierdas y derechas, políticos y ciudadanos, honestos y ladrones, conscientes e inconscientes, egoístas y humildes, ateos y practicantes, laicos y religiosos, y poco a poco, perdió la inocencia aquella hasta terminar describiéndose a sí mismo en esos términos pensando, ahora sí, con verbos, sustantivos y adjetivos lo que otros antes habían acordado… dejando de sentir la vida, para pensar que la vivía…

Cogito ergo sum” locución latina traducida frecuentemente como “pienso, por lo tanto existo” es un planteamiento filosófico de René Descartes (1596–1650), encontrado en su famoso Discurso del método escrito en el año de 1637, el cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental.

Como consecuencia, por encima de cualquier otra consideración, en nuestro mundo prevalece la razón que ha depositado los sentimientos en el fondo de nuestra caja de herramientas y colocado al mundo en el estado en que se encuentra. Así, para recuperar los equilibrios perdidos y aquella inocencia pura alejada de verbos y sustantivos… necesitamos como contrapeso otro planteamiento, “Siento, por lo tanto vivo”

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm

domingo, 14 de noviembre de 2010

Cártel

Cártel” de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española significa “Organización ilícita vinculada al tráfico de drogas o de armas” no obstante hoy asociaré ese término a organizaciones criminales aún más peligrosas que las dedicadas al tráfico de drogas o armas, por el gravísimo daño que causan al país.

Me refiero a la delincuencia de cuello blanco organizada, que explota un fenómeno social que es mal endémico de México: la corrupción de cuyo origen he comentado en diversas ocasiones. Ahora explico el “modus operandi” y la estructura de los cárteles de la corrupción.

Aplicando el principio de Pareto a las utilidades de la corrupción, se puede afirmar que el 80% de los corruptos obtiene únicamente el 20% del botín y el restante 20%, organizados en cárteles, se llevan a sus bolsillos la mayor parte: el 80%. Dicho de otra manera, casi la totalidad del daño causado por la corrupción resulta de la actividad de los cárteles que operan en el segmento de los grandes negocios que reditúan ganancias multimillonarias… en dólares naturalmente.

Los “puestos” que no pueden faltar en la estructura de un cártel son él “jefe”, el “operador” y los “esclavos”. El jefe mantiene un perfil muy bajo y generalmente no trabaja para la empresa víctima. Él es quien detecta la oportunidad de “hacer negocio”, lo diseña, lo financia y lo promueve realizando el cabildeo de alto nivel para preparar el terreno y si es necesario negocia con otros cárteles.

El operador en cambio, trabaja en la empresa bajo ataque; ocupa un puesto de alto nivel jerárquico con funciones ambiguas que le permiten amplia flexibilidad para intervenir en todo tipo de asuntos. Inteligente, simpático y con facilidad de palabra, todos conocen su poder por la cercanía y relación con la más alta autoridad de la empresa. Su rol dentro del cártel es apoyar y asesorar al jefe en la detección de oportunidades; reclutar, posicionar, coordinar y controlar a los esclavos. ¡Ah! Y no menos importante quitar las piedritas del camino.

Los esclavos por su parte son responsables de procesos o actividades clave para el éxito del ilícito. Ingresan al cártel, los menos por avaricia, la mayoría bajo coerción por temor a perder el empleo, chantaje; o simplemente por ingenuidad, desconocimiento de las leyes o incapacidad para decir “no” al jefe. En síntesis son esclavos de la avaricia, el temor o la ignorancia que “copelan… o cuello”.

En cuanto al riesgo se refiere, el 99 por ciento es de los esclavos. Ellos son los que firman, autorizan y ordenan los actos irregulares; el operador siempre está cerca pero solo en situaciones extremas se compromete firmando algo. Él ordena y coordina por teléfono u otros medios. El Jefe por su parte no asume riesgos, normalmente no es funcionario público y las escasísimas huellas de su actuar difícilmente pueden ser comprobadas o utilizadas en juicio. Si acaso, lo que pierden es dinero.

Lo contrario ocurre con el reparto del botín. Los esclavos no obtienen nada salvo los avariciosos que ingresan al cártel voluntariamente. La mayor parte del botín se lo lleva el jefe quien reparte las “comisiones” casi siempre en especie a través de fideicomisos controladores de fondos de inversión e inmobiliarias que compran, venden o rentan yates, autos, casas, departamentos en Miami, Santa Fé, Polanco… que los ponen a disposición de los integrantes del Cártel quienes legalmente no poseen nada pero viven ¡A todo lujo!

Los socios del primer círculo parecieran que no tienen vínculos sin embargo siempre existen circunstancias comunes en su pasado. Son de la misma región o ciudad, caminaron juntos en los pasillos de la universidad, tuvieron los mismos jefes o maestros, laboraron como empleados de empresas con relaciones de negocios.

Los recientes casos de CFE, el IMSS y otros que conozco son un buen ejemplo de ello.

Con mis mejores deseos, para su información y efectos…

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm

domingo, 7 de noviembre de 2010

Carta de la Tierra a los seres humanos

Dice uno de ustedes, muy inteligente por cierto, llamado Carl Sagan que su especie recién puebla mi superficie. Según él, si comparáramos la historia del universo con un año de su existencia, se podría establecer que la aparición y desarrollo del género Homo corresponde sólo a la última hora y media del 31 de diciembre y que, un hecho tan ancestral como les parece la invención de la escritura, se habría producido en realidad en los últimos 9 segundos del fin de año. Dicho en otras palabras: que su existencia y logros ha ocurrido en muchísimo menos tiempo de lo que lleva un parpadear de los ojos del universo.

Suponiendo sin conceder que Carl esté en lo cierto, los cuatro o cinco eones que piensan que tengo de vida –favor que me hacen pues en realidad tengo algunos más- habrían alcanzado para el desarrollo de 379 mil 166 especies similares a la suya.

La cifra anterior es obviamente una exageración, no han sido tantas. De hecho el número correcto de especies que me han poblado según mis registros es tan solo 23,457; eso sí, de todos los tipos, colores y sabores. De chile, de tomate y de cebolla como dicen en México uno de los muchos países en los que han dividido artificialmente mi superficie donde viven especies, unas muy parecidas; otras tan distintas como el cielo de la tierra que aun coexistiendo no se reconocen entre sí como “inteligentes”.

Se preguntarán y esto ¿Cómo es que se ha dado? El proceso es más o menos así: Viene el patrón con un nuevo modelito de especie supuestamente mejor que el anterior, lo siembra, me deja las instrucciones y regresa a su laboratorio. Mi trabajo consiste entonces en cuidarlo con amor, comedimiento, hasta que él regrese a revisar los resultados que en muchas ocasiones son francamente un desastre. Como en este caso donde al dueño del circo, ¡le crecieron los enanos!

Y es que no bien ustedes se sintieron fuertes y pudieron –según ustedes- valerse por sí mismos empezaron a preguntarse ¿Qué si de dónde vengo, a dónde voy? ¿Qué por qué suceden las cosas de tal o cual forma? Caray… el nuevo modelito (ustedes) salió muy, pero muy curioso y de los que no quieren quedarse con la duda. Tienen hambre de conocimientos.

Nada les basta. Pero como no pueden encontrar la “verdadera” verdad pues por diseño les está negado; viven temerosos e inventando de todo: dioses, religiones, teorías, leyes de todo tipo, paradigmas, lo bueno y lo malo, verdades, países, mitos, héroes, historias y preocupaciones entre tantas cosas más; se pelean unos contra otros por quítame estas pajas, surgen “listos” que explotan a los que se dejan, explotados que hacen como que se dejan, y otros que verdaderamente lo son… Y para acabarla de amolar se reproducen desaforadamente -¿Será que eso les produce el miedo?- ah ¡y por supuesto! consumen abundantemente los recursos que amorosamente les prodigo.

El hecho es que su calidad de vida se ha deteriorado dramáticamente como muestra de su fracaso. Tan es así que en los últimos años los agoreros del desastre como les dicen, han advertido: “Si no le paran, van a acabar con el planeta.” Léase conmigo.

Pero en verdad os digo que a mí no me pasará nada; si acaso con una lavadita de cara continuaré navegando en este maravilloso universo por muchos eones más sin preocuparme de nada, salvo sentir y disfrutar la vida que con toda humildad agradezco me haya sido concedida, sin hacerme tantas preguntas ni inventando tonterías como ustedes hacen.

Respecto a su futuro no hay vuelta de hoja, o aceptan con humildad que se han equivocado y mejoran su desempeño o quizá, como en tantos otros casos que me ha tocado ver, el patrón decida abandonarlos a su suerte y sembrar una nueva semilla.

A la espera de su respuesta,

La Tierra.

Con mis mejores deseos,

Enrique Chávez Maranto
enrique.chm@gmail.com
Twitter @enriquechm